El periodo de neurodesarrollo sucede hasta la adolescencia. En los primeros años, el cerebro de los niños sufre grandes cambios, marcados por las primeras experiencias vitales. Por tanto, es esencial ofrecer un ambiente enriquecedor con numerosas relaciones y experiencias de aprendizaje para potenciar el desarrollo cognitivo, comunicativo, sensorial y motor.
El uso de pantallas puede afectar a estas experiencias positivas de exploración del ambiente, de estimulación y de juego. Además, afecta al aprendizaje y el lenguaje, a la atención, la demora de las recompensas, la impulsividad y la planificación. En bebés menores de un año, la exposición a pantallas se relaciona con un menor desarrollo cognitivo y de lenguaje posterior, ya que tienen menos interacciones de calidad, tanto con su familia como con el entorno: menos conversaciones, menos lectura en voz alta, menos juegos...
En niños en etapa preescolar, la exposición a pantallas se relaciona con dificultades de atención, resolución de problemas e impulsividad. Además, otro de los problemas es la menor actividad física.
En relación al desarrollo cognitivo, emergen las funciones ejecutivas, procesos cerebrales necesarios para llevar a cabo conductas dirigidas a un fin, y mantenerse hasta conseguir el objetivo. El uso de pantallas, entonces, afectaría de forma negativa al desarrollo de la persistencia en la tarea, el control de impulsos, la regulación emocional, el pensamiento creativo y flexible esenciales para el buen rendimiento escolar. Estas funciones se aprenden mejor a través de juegos o actividades cotidianas pero, sobre todo, en la interacción diaria entre padres e hijos.
Con niños más mayores y adolescentes debemos controlar el uso que hacen, ya que puede afectar a la atención, la memoria y el procesamiento de la información. Además, pueden abusar por la noche, lo que afectaría al sueño, a la concentración, a su comportamiento y a su rendimiento escolar, ya que la luz de la pantalla y esa actividad puede incidir en los niveles de melatonina.
Es importante enfatizar el uso compartido de los dispositivos tecnológicos entre padres e hijos y posibilitar que el niño dedique tiempo a participar en otras actividades saludables para su desarrollo. Además, si se pretende que los niños aprendan los contenidos mostrados en la pantalla, hasta cierta edad no tienen la capacidad de trasladarlos a la vida real, por lo que lo ideal es que los padres acompañen a los niños, ofreciendo experiencias reales. Los niños aprenden mediante la interacción con personas significativas y con el entorno y, por sus habilidades de atención, memoria y simbolismo, no pueden generalizar lo que observan en las pantallas al medio real.
La Academia Americana de Pediatría aconseja que: