Según los datos recogidos hasta el momento, 117 millones de niños y adolescentes en todo el mundo han sufrido un trastorno de ansiedad. Los datos estadísticos sobre la ansiedad en la etapa infantil y en la adolescencia demuestran que la prevalencia de dichos trastornos oscila entre un 3% y un 21%, habiendo aumentado considerablemente durante la última década, en especial, desde la llegada de la pandemia por la covid-19, lo cual ha generado una gran incertidumbre en la población asociada con esta enfermedad, más el efecto del distanciamiento social, el aislamiento y la cuarentena, agravando notablemente la salud mental de la población.
La ansiedad es una reacción adaptativa de nuestro cuerpo que se experimenta en situaciones en las que nos anticipamos a un peligro, bien sea este externo o interno, del cual intentamos protegernos porque nos sentimos amenazados. Esta reacción nos ayuda a sobrevivir como especie, pues nos mantiene alerta para afrontar las situaciones de peligro. Cuando esta capacidad de alerta deja de ser adaptativa, puede desencadenarse un trastorno de ansiedad.
El origen de la ansiedad es multifactorial. Esto quiere decir que factores genéticos, temperamentales, ambientales, sociales y familiares pueden estar implicados cuando aparece este trastorno. Cuando el infante teme que algo malo le va a suceder por eventos que le ocurren en su vida generándole estrés. Esos cambios pueden ser perdida de un ser querido, divorcio de los padres, problemática escolar, problemas con sus iguales, entre otros.
Consideramos de interés que los adultos sepan reconocer las manifestaciones de ansiedad en las distintas etapas de la vida de los hijos para poder aplicar estrategias de prevención e intervención eficaces. Es frecuente que exista comorbilidad con otros trastornos psicológicos y psiquiátricos en los próximos años de vida de la persona, bien sea durante la adolescencia como en la edad adulta. Por ello es fundamental que se haga un buen diagnóstico diferencial.
Comenzando por la primera infancia, es decir, desde los primeros meses de vida hasta aproximadamente los 6 años, es complicado identificar ansiedad o un trastorno de ansiedad ya que los síntomas que suelen aparecer son físicos debido a la dificultad en esa edad de expresar verbalmente sus emociones. Entre los síntomas físicos que podemos observar se encuentran:
- Llanto constante
- Nerviosismo (morderse las uñas, tirarse del pelo, movimientos repetitivos)
- Dificultad para respirar
- Sudores excesivos (manos húmedas y frías)
- Mareos y/o dolor de cabeza
- Dolor abdominal y/o vómitos
- Alteraciones del sueño
- Control de esfínteres
- Dificultad para separarse de los progenitores (ansiedad por separación)
- Dificultad para concentrarse
- Pensamientos negativos
- Irritabilidad
En la segunda infancia, que abarcaría desde los 6 hasta los 12 años aproximadamente, se encontrarían síntomas muy parecidos a la etapa anterior, añadiendo los siguientes:
- Preocupaciones y miedos excesivos
- Incapacidad para relajarse y para controlar sus emociones
- Resistencia a separarse del adulto
- Comportamiento agresivo y/o muestras de rabia
- Renuncia a participar en actividades familiares y/o escolares.
- Tartamudez
En la etapa preadolescente y adolescente suelen manifestarse los síntomas físicos mencionados en las etapas anteriores, a destacar: mareos o dolores de cabeza frecuentes, dolores estomacales, temblores, dificultades para dormir, tensión muscular y sobresalto fácil. A nivel emocional, resaltan la ira y las rabietas. Además, también se manifiesta:
- Temor y preocupación constante por la propia seguridad y/o la de los amigos y familiares
- Comportamiento poco independiente
- Pensamientos autocríticos sobre lo que podrían estar pensando los demás (inseguridad)
- Falta de interés y deseo por hacer planes y actividades con las que antes se solía disfrutar, sobre todo estas tienen una implicación social (aislamiento social)
Lo más importante es mostrar atención a estos síntomas mencionados, sin restar importancia a los sentimientos que el niño o el adolescente expresa. Debemos de escuchar cómo se sienten, respetar ese sentimiento, ser comprensivos, no intentar cambiar la situación sino apoyarlos y acompañarlos (que no sobreprotegerlos). Es importante no cuestionarles ni juzgarles por las emociones que puedan estar sintiendo ni hacerles preguntas que necesiten respuestas inmediatas ya que en situaciones de extrema ansiedad, muy difícilmente se puede identificar de dónde procede ese temor inminente. Es imprescindible no apresurar al niño a que venza el temor, pues es un proceso progresivo que requiere de tiempo. El no superarlo rápidamente como espera el adulto podría generar más ansiedad debida a la frustración provocada por no sentirse capaz de conseguir lo que se espera de él.
En caso de que el miedo experimentado no sea propio de su edad y/o lo siga experimentando con mayor frecuencia e intensidad, interfiriendo en el desarrollo de las actividades diarias, es conveniente acudir a un especialista para evitar así que el síntoma ansioso se haga crónico pudiendo derivar en otro tipo de trastorno psicológico o psiquiátrico.
Como adulto es responsable de educar y ser un referente para los menores es importante aprender a enfrentar las situaciones de estrés que se presentan en el día a día, especialmente en esta época de incertidumbre que nos ha tocado vivir con la pandemia. La manera en que el adulto reacciona ante la incertidumbre le sirve de ejemplo al menor, puede generar seguridad o inseguridad lo que va a ser fundamental para enfrentar los eventos ansiosos que se les presenten.
Desde CIE Almoradí siempre recomendamos tratar con especialistas temas tan serios como la salud de nuestros hijos. Por ello no dudes en informarte con un profesional antes de actuar o generar un "diagnóstico" erróneo.
Reyna Sánchez Guerrero y Lina Antolín Martínez